domingo, 8 de junio de 2008

Los ''dos pueblos'' inducidos
LOS SOPLOS DE DIOS #13
Dionny Cabrera Pérez



Navarrete, como Paraje de la Sección de Mejía, fue un pueblo establecido a ambos lados de la dirección del camino real cuyas viviendas se fueron colocando en forma longitudinal a la carretera Duarte, en la medida que iba creciendo se fue deslizando sobre antiguos terrenos que fueron sembradíos y conucos de tabaco, hortalizas y otros frutos para ir repoblándolos de nuevas viviendas, instituciones, negocios y caminos que gradualmente fueron engrosando la extensión transversal y perpendicular de la aldea.
En la medida en que Navarrete se fue convirtiendo en el natural punto de convergencia de comunidades ubicadas al Norte o al Sur, de su localización geográfica, fue ampliando el numero de caminos perpendiculares o paralelos al transito real lo que le permitió el inusitado crecimiento que hoy, mas de cinco décadas después, exhibe para su propio orgullo y el de quienes absurdamente se lo imputan como legado.
Cual cordón umbilical, la cañada de El Bolsillo que ha servido de por vida como drenaje natural de las aguas residuales o fluviales de Navarrete que son depositadas en el río Yaque, se instituyó en una suerte de barrera congénita que durante muchos años fue la invisible tea de la discordia para que en Navarrete se estableciera una especie de "dos pueblos" inducidos catequizados (el pueblo arriba y el pueblo abajo). Hecho físico que removió gradualmente esa alucinación fue la prolongación de la calle Daniel Goris, que antiguamente culminaba en la calle Mella.
La subjetiva y torpe percepción sobre la existencia de esos "dos pueblos" contribuyó, en su momento, a impedir la armoniosa unidad de sus juventudes que conmovidos por las insinuantes y erróneas concepciones heredadas que supuestamente adornaban positiva o negativamente a "ambas franjas" del territorio, conforme el color del cristal del que lo mirara, por lo que debieron pasar varias décadas para definitivamente dejar sepultadas esas inadvertidas apreciaciones hijas del atraso y chovinismos sin mas fundamentos que la ignorancia y el oscurantismo político-social que caracteriza a toda época vencida por la certeza de los hechos.
En esa etapa hubo un momento en el cual inclusive los jóvenes del "pueblo arriba" no se podían enamorar de las muchachas del "pueblo abajo", o al revés, porque eso implicaba un pleito seguro, una "juía", o un par de pedradas a la casa de la enamorada. Las diarias e interminables discusiones en la escuela, en las tertulias y en cualquier pasatiempo se basaban en que Navarrete solo llegaba hasta la Calle Mella o el Mercado Publico y que de ahí para allá "eso era el pueblo abajo". Fueron muchos los pleitos al salir de la escuela o del cine Delia de Manolin Aponte, provocados por esas "diferencias"
Recuerdo como este bárbaro concepto narcisista al ser un referente que normaba las acciones de muchos navarretenses de ese periodo histórico patrocinó la duplicidad de instituciones recreativas, deportivas, sociales, etc., que hoy son una especie de ruinas sin dolientes percatados de que su tiempo ya pasó y que son espacios todavía impregnados de esas retentivas que únicamente sirvieron para nido de ególatras a cuyas acciones no le dieron el giro que originaron las circunstancias históricas que se produjeron en su entorno inmediato.
Pero también facilitó el fortalecimiento de puntos de vistas muy atinados, el rechazo de otros desfasados y es incuestionable que fue una contribución inesperada al surgimiento de nuevos liderazgos juveniles que mas tarde sobresalieron o descollaron en las luchas sociales que sin proponérselo se anidaban al interior de las necesidades mas perentorias que todo crecimiento urbano va generando de forma automática e impredecible.
Fue así como muchas de esas porfías, altercados y desacuerdos controversiales sin sentido aparente fueron las parturientas de reclamos sociales de largo aliento que brotaron como insuficiencias sentidas por los pobladores y que esa juventud emergente supo encausar al despuntar del régimen Balaguerista de los 12 años, tales como exigir un camión para la recogida de la basura a la sindicatura de Nene Bisonó (1966); la exigencia a Netico Vargas para que asfaltara las calles y le construyera aceras y contenes (1968); el reclamo a Bolívar Borrelli para que construyera el tanque del acueducto (1970); las marchas por la erradicación de los prostíbulos y casas de cita (1972) las protestas y visitas al propio Palacio Nacional para reclamarle al gobierno de Balaguer la Canalización del Arroyo Guanábana (1974) los reclamos en asambleas y en las calles al gobierno de Balaguer para que construyera los nuevos locales de la Escuela JMI (1973) y el LPME (1975); las ocupaciones de tierras, con vocación agraria, para ser entregadas a agricultores tal como establecía la Ley de Recuperación de Tierras Baldías (1976), etc., etc. Por lo que reitero que muchas de esas porfías, altercados y desacuerdos controversiales sin sentido aparente fueron las parturientas de reclamos sociales de largo aliento que brotaron como insuficiencias sentidas por los pobladores y que esa juventud emergente supo encausar echando a un lado la inculcada concepción de "dos pueblo".
l Esta concepción de la existencia de "dos pueblos" que normó la conducta de varias generaciones de navarretenses, es una reminiscencia del encubierto pasado que nos erizó la piel y nos colmó los ánimos en interminables y desalentadoras discusiones que iniciábamos en el recreo al rededor de las "matas" de limoncillo de la antigua Escuela José María Imbert y que continuaban con otros matices en la cancha municipal, para al amanecer estar de vuelta con el mismo debate en el tronco del mismo arbusto de limoncillo de la escuela, que mas de diez lustros después se perpetúan por encima de las tontas discusiones de escolares persuadidos por erráticas baratijas verbales hijas de adultos ausentes, que suerte al crecimiento espiritual de esas juventudes hoy son una remembranza caída en el eclipsado despiste de la colectividad navarretense.

DIONNY CABRERA PEREZ


EL MOROQUITO: AQUÍ SE OLVIDAN TODAS LAS PENAS.
Los Soplos de Dios #12
Dionny Cabrera Pérez

"Aquí se olvidan todas las penas", una sentencia clara y precisa que no requería ninguna explicación de que usted había llegado al lugar encantado, de entusiasmos, gozos, radiante alegría superficial... donde no existía espacio para coleccionar tristezas ni congojas, fue el lema establecido por su propietario, el señor Cuquito Vargas, al bar que fue toda una tradición en Navarrete, hasta su desaparición junto a la de su dueño en el año 1990.
El Moroquito fue siempre el lugar de encuentro de familias, amigos, enamorados, etc., que se daban cita en su lugar atrayente, acogedor y de sana diversión.
También constituyó, en su época, el lugar de la parada obligada para los viajantes adquirir sus dulces, whiskys y delicatessen.
En El Moroquito, usted encontraba ese curioso y encantador detalle para usted sorprender a su familia, a la esposa, a su enamorada, allí encontraba usted el mas curiosa de las delicias para seducir o sorprender a alguien. Fue un espacio adelantado a su tiempo.
El Moroquito disponía de la mas completa colección musical del momento en su vellonera. Fue el lugar de la época del gran apogeo de la música cubana, los danzones, el son de los compadre y los Matamoros, Sandro, Rafhael de España, Lucho Gatica, Gilberto Monroit, en fin, El Moroquito era el lugar con la discoteca mas moderna del momento, era la vitrina de la época.
Este fue el lugar donde los jóvenes iban a tomarse una fría, al encuentro amoroso, apasionado a escuchar y bailar el románico disco de la ocasión con su amiga, enamorada, publica o escondida, sin salir del mosaico, fue la época del bolero romántico, de la diversión calurosa, donde bailar pegao con la novia o pareja era lo mas normal que podía suceder en un salón, al extremo que, fue la tiempo en que se tocaban séte y, el séte de bolero era de los que llenaba el salón, todas las chichas con sus respectivos galanes bien apretujados en medio de la sala de baile a media luz, con los cuerpos sudorosos y los cachetes al rojo vivo, estremecidos por un suave bolero inolvidable.
Aquí siempre venían Tatico Henríquez, El Ciego de Nagua, que en esa período eran los músico típico de mas popularidad, estos amenizaban fiestas en vivo, desde temprano de la mañana del domingo hasta muy tarde de la noche.
El Moroquito fue el lugar mas apetecible para la celebración de nuestras fiestas patronales, allí se daban cita todos los estratos sociales, desde temprano del día de nuestra patrona hasta el cierre con tremenda fiesta a varias orquestas.
Era difícil asistir al Moroquito un día cualquiera y no encontrarse con el bello espectáculo de dos bailarines del danzón, como lo fueron Pilarín y Chicho, verlos danzar era mas que un contagioso acontecimiento para aplaudir de pie y mas cuando se trataba de su pieza favorita: La Bella cubana.
El Moroquito, una tradición que como singularidad y coherencia de la vida, cual dictadura de la alegría donde se olvidaban todas las penas, murió al desaparecer el "caudillo" que la presidió.