domingo, 8 de junio de 2008

DIONNY CABRERA PEREZ


EL MOROQUITO: AQUÍ SE OLVIDAN TODAS LAS PENAS.
Los Soplos de Dios #12
Dionny Cabrera Pérez

"Aquí se olvidan todas las penas", una sentencia clara y precisa que no requería ninguna explicación de que usted había llegado al lugar encantado, de entusiasmos, gozos, radiante alegría superficial... donde no existía espacio para coleccionar tristezas ni congojas, fue el lema establecido por su propietario, el señor Cuquito Vargas, al bar que fue toda una tradición en Navarrete, hasta su desaparición junto a la de su dueño en el año 1990.
El Moroquito fue siempre el lugar de encuentro de familias, amigos, enamorados, etc., que se daban cita en su lugar atrayente, acogedor y de sana diversión.
También constituyó, en su época, el lugar de la parada obligada para los viajantes adquirir sus dulces, whiskys y delicatessen.
En El Moroquito, usted encontraba ese curioso y encantador detalle para usted sorprender a su familia, a la esposa, a su enamorada, allí encontraba usted el mas curiosa de las delicias para seducir o sorprender a alguien. Fue un espacio adelantado a su tiempo.
El Moroquito disponía de la mas completa colección musical del momento en su vellonera. Fue el lugar de la época del gran apogeo de la música cubana, los danzones, el son de los compadre y los Matamoros, Sandro, Rafhael de España, Lucho Gatica, Gilberto Monroit, en fin, El Moroquito era el lugar con la discoteca mas moderna del momento, era la vitrina de la época.
Este fue el lugar donde los jóvenes iban a tomarse una fría, al encuentro amoroso, apasionado a escuchar y bailar el románico disco de la ocasión con su amiga, enamorada, publica o escondida, sin salir del mosaico, fue la época del bolero romántico, de la diversión calurosa, donde bailar pegao con la novia o pareja era lo mas normal que podía suceder en un salón, al extremo que, fue la tiempo en que se tocaban séte y, el séte de bolero era de los que llenaba el salón, todas las chichas con sus respectivos galanes bien apretujados en medio de la sala de baile a media luz, con los cuerpos sudorosos y los cachetes al rojo vivo, estremecidos por un suave bolero inolvidable.
Aquí siempre venían Tatico Henríquez, El Ciego de Nagua, que en esa período eran los músico típico de mas popularidad, estos amenizaban fiestas en vivo, desde temprano de la mañana del domingo hasta muy tarde de la noche.
El Moroquito fue el lugar mas apetecible para la celebración de nuestras fiestas patronales, allí se daban cita todos los estratos sociales, desde temprano del día de nuestra patrona hasta el cierre con tremenda fiesta a varias orquestas.
Era difícil asistir al Moroquito un día cualquiera y no encontrarse con el bello espectáculo de dos bailarines del danzón, como lo fueron Pilarín y Chicho, verlos danzar era mas que un contagioso acontecimiento para aplaudir de pie y mas cuando se trataba de su pieza favorita: La Bella cubana.
El Moroquito, una tradición que como singularidad y coherencia de la vida, cual dictadura de la alegría donde se olvidaban todas las penas, murió al desaparecer el "caudillo" que la presidió.

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